Sin ánimo de menoscabar sus objetivos, se hace preciso señalar cómo dichos estudios arrastran en parte la debilidad del enfoque de partida, manteniendo un tipo de denuncia semiológico, fragmentado y descoordinado en su conjunto, y envuelto en la ambigüedad de una crítica abstracta a la autoridad que nivela el estatus del actor político al del autor literario. O lo que es peor: llevando el revisionismo hasta el extremo de conformar un esencialismo de signo inverso, desoccidentalizando los conceptos y descanonizando los textos al punto de desacreditar como imperialista (si es que esto supone desprestigio alguno) todo producto cultural masculino blanco. Como nos recuerda CUSSET uno de los problemas de fondo radicaría en que, para resultar efectivas, las nuevas reivindicaciones sociales o incluso tercermundistas han de hacerse cargo del programa racional ilustrado, tan denostado apriorísticamente. Tal es el caso de los
Subaltern Studies, de emergencia paralela al proceso de descolonización de la India, cuya interesante incursión en el ámbito de los grupos cognitivamente alienados (ignorantes de su propio papel político), todavía está en vías de consolidar su discurso. Ahora bien, permítasenos dudar que la vía hacia el terreno de acción real consista en arrancar «los significantes políticos reguladores de su campo de referencia y representación»{
17}. No es cuestión siquiera de parar mientes en dicha fundamentación, puesto que con tal terminología ¿qué clase de colectivo va a entender los motivos para su movilización? Pero aprovechemos la mención a
Gayatri SPIVAK para detenernos en la corriente feminista, tomada como ejemplo del estado conceptual en que se encuentran estos Studies. Por de pronto en este caso la cuestión a tratar no es ni identitaria, ya que se comprenderá fácilmente que «la identidad de la mujer no es la identidad del ser amerindio»{
18}. Lo relevante en cualquier caso es constatar cómo ya prácticamente desde sus inicios la propuesta feminista se encuentra escindida en dos ramas: una más radical y separatista, que sostiene la alteridad de los destinos biológico e histórico de hombre y mujer (basados en conceptos previamente delimitados); y otra de corte construccionista, que desestima las diferencias para, a renglón seguido, pasar a suspender toda determinación de estirpe sexual. Guardándonos para mejor ocasión un comentario sobre el primer tipo, podemos reparar, como insiste CUSSET, en la influencia foucaultiana sobre el segundo tipo de feminismo, ante todo debido al concepto de
biopolítica. Conectando las estrategias propiciadas por un determinando régimen de sexualidad (hetero-monógamo) con la regulación demográfica y la gestión socioeconómica de los Estados, la mujer acapara una carga explicativa nodal. Pero igualmente relevante –y a eso íbamos– es detectar la sombra derridiana en el feminismo anti-esencialista de SPIVAK. Alumna de
Paul de MAN, traductora e introductora en Estados Unidos del pensamiento de DERRIDA, vincula la lucha feminista a la lucha de clases y las reivindicaciones post-colonialistas, rehabilitando en parte la noción de sujeto histórico –sujeto levantado, eso sí, de entre el desigual juego de fuerzas esparcido en el interior de los textos. Explícitamente nos encontramos aquí con aquel curioso ejercicio de descifrar los conflictos socio-políticos (y de género, en lo que nos ocupa) desde el mero material lingüístico. Aún más pintoresca resulta la deriva de
Donna HARAWAY, cuyo antiesencialismo radical la descolgó finalmente del feminismo recuperándola para la ciencia (ficción) de los cyborgs, temática que, desbordando las categorías de sexo, raza o clase, postula el advenimiento de un ser maquínico liberado de ontologías naturalistas.