De la
didascálica transexual
O de cómo la |ortopedia|
sexual es objeto político de civilización,
de una antropología política
Tesela
ontosemiótica, para el ensayo posible de un problema
moral «vuelto» asunto de aula (o de una identificación de categorías pedagógicas
relativas a su traducción)
Pablo PALLAS
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§1. La
concepción reduccionista de la mujer
que es propia de cierta teología medioeval que la consideró simplemente un varón frustrado, penosamente se
aplicaría, a su vez, y mediante un desplazamiento precario, también a la interpretación
de la «personalidad
transexual».
Trataría ese ensayo del «biopoder» acerca de
un relato desordenado o anantrópico. Su problema de orientación y función,
visto, esto, en sus aspectos generalísimos, remite a cómo se interpreta el derecho civil de identificación de la
persona aunque sin sujeción al sólo sexo con que se nace. La
ley integral para personas transexuales (o
ley transexual) —resuelta durante la legislatura XLVIII
de la República Oriental del Uruguay— es doctrinalmente radicalizada
(además de destacar en sus aspectos de capacidad), sobre todo en un plano de cierre
relacional que es propio de la antropología política. A esta ley renovadora del
ejercicio de civilidad de la persona transexual, se opuso cierto discurso
evangelista, vulgarmente sectario y reaccionario, completamente disociado de la
Federación de Iglesias Evangélicas del Uruguay
(verdaderamente ajena, además, a ese otro relato senequista), y concretado mediante
algunos referentes religiosos facciosos que los hubo y que intentarían actuar
como una célula totipotente, (aparecen estrepitosamente como agentes de
propagandismo antilaicista y
con anhelos partidistas, en general soliviantados a su vez por algún aparato
noticioso antimarxista), acompañados, asimismo, de legisladores ultraconservadores
o partidarios del ultrana-cionalismo que en el caso Uruguay se hallan
históricamente asociados al falangismo. Y
su relato reaccionario —e.g. distinto de ejercerse, acaso, al menos
inicialmente, en una analítica de la «estimativa jurídica»— sólo se sustentó de
recurrencias discursivas alternadas entre la mordacidad homofóbica y las falacias
utópicas, resueltas además en la retahíla facinerosa de una iconografía del
miedo. Eso, fracasó.
Trató acerca del clásico discurso reaccionario
que colinda entre el disparatorio y el crimen, habitual además en toda aquella
narratología política y moralina sexual que se especificara supeditada a
coordenadas geopolíticas panamericanistas (vale sobre todo reconocerlo como un «discurso
del pundonor», subsumido en aquellas creencias del honor que son propias de un militarismo
fascista que tuteló ilegítimamente a las poblaciones suramericanas
neocoloniales de siglo XX, imbricándose por condescendencia en desbordamientos escatológicos;
esa aparatosidad falazmente moral resultó tácticamente suministrada en la forma
de la neocristiandad, otrora, a partir de la administración estadounidense REAGAN
y es enserida a sangre y fuego en la
América Latina y el Caribe de las elites oligárquicas y para detrimento continental
de una «justicia social» exigida en sus sociedades y contra una posición antiimperialista
que es inherente a distintos movimientos adeptos a un ideario de emancipación).
Y refluye, de facto, a su vez, esta
oposición, acérrima a la mera formulación de derechos de tercera generación, de
un discurrir discursivo teogeopolítico
que pertenece a los evangelistas sionistas, también denominados sionistas
cristianos, definitivamente asociados e.g. en la geopolítica
intervencionista al ideario imperial de una plutocracia estadounidense
que además enfrenta su propio caso contra una mujer transexual heroica como Chelsea MANNING —y son quienes, sin lograrlo, intentaron
que la sociedad de electores laicistas de siglo XXI, en el caso Uruguay, se ciñese
a una moralina que es propia de la orientación cosmogónica supremacista y que
hace de la exégesis genesíaca una literalidad—.
§2.
Si bien en el caso Uruguay, esa facción de pastores, denominada como evangélica,
aliada al ultranacionalismo y al pregón del militarismo reaccionario, no logró
el porcentaje requerido para deducir el recurso
contra la ley de protección integral a la persona transexual, igualmente
ejercen la prolepsis utópica de confirmar su propósito neonazifascista a
instancias de una derogación parlamentaria. Y para esto, claro, esa moralina
reaccionaria requiere objetivamente de la preponderancia política de un cuerpo
legislativo neoliberal, i.e. de regresión de una institucionalidad de derechos
humanos que se consolida (e.g. a la manera operada en el parlamento del
Brasil). Estos corpúsculos neonazifascistas, verdaderos despojadores de
derechos civiles, económicos y políticos, asimismo, han sido identificados
internacionalmente por el periodismo crítico; y se los clasificó en relación a
su explícito conservadurismo ideológico. Podría
agregarse a esto, no obstante, a otro periodismo —dado entre ideólogos
supremacistas y logógrafos— adunado a un aparato noticioso oligárquico que no
logró orientar hacia el trastorno
homofóbico a las religiones del Uruguay (ese repliegue neonazifascista fue
un fracaso estratégico; hasta se constató en la posición apostólica explicitada
por una Iglesia Católica que a pesar de enfrentar matices antropológicos entre sus
obispos
igualmente se declaró comprensiva, a causa de la pertinencia social que posee la
normativa transexual promulgada por el gobierno uruguayo).
El propio campo activista sexual
cristiano celebró la vanguardista legislación uruguaya que se aprobó, durante
la segunda administración VÁZQUEZ,
para favorecer el reconocimiento de derechos de la persona transexual. Además,
resultó que en un estado laico como el uruguayo su eminencia el cardenal D. STURLA,
incluso disintiendo con algún artículo de la norma promulgada, declaró y podría
conjeturarse que con un claro sentido paulino que no firmó para derogar la ley
n.0 19 684 porque la Iglesia
Católica tiene que estar del lado de quienes sufren y han sufrido. Y
es que esa legislación relativa al mundo transexual especializa el cuidado de
la persona en los planos sanitario, educativo, laboral, habitacional y
reparativo contra la violencia institucional injusta —históricamente
padecida como comunidad—. Incluso
así, el propio activismo transexual en el caso Uruguay advierte la potencia de
un movimiento reaccionario que es contestatario a todo marco normativo que no
se ciña doctrinalmente a la supremacía racista que los rige: «Ante el fracaso de la
iniciativa para derogar la ley, Delfina Martínez [una activista destacada de la
Unión Trans del Uruguay] sabe que vendrán otros intentos. Y lo que más le
preocupa es que en octubre en Uruguay (así como en Bolivia y Argentina) hay
elecciones presidenciales. El Partido Nacional (desde donde surgió esta
iniciativa) tiene buenas chances en la competición. "Somos muy conscientes
de que no escapamos a la oleada conservadora de Latinoamérica", opinó». Y
esta sentencia fue cumplida; el parlamento uruguayo a partir del año de 2020
retomaría una mayoría ultraconservadora.
§3.
Si se reconoce una moral sexual necesariamente preocupada, a la manera de ítem
metodológico, es para especificar que esta tesela no se instituye acaso teóricamente
en el elogio a una analgesia culpógena. E igualmente, tampoco refiere a su
superlación institucional: los mundos del transexualismo o del travestismo no
se resuelven a partir de una supuesta clínica que los reduzca a la epicrisis.
Porque incluso es antropológicamente absurdo el intento de resolver clínicamente
aquello que remite a un plano moral. Asimismo, otro plano de sindéresis como el
relativo a la relación ética tampoco es que acaso se correspondiese de manera
epicíclica con la relación moral (tales mundos, entre sí tensionados, incluso
discordantes, requieren, necesariamente, de una razonable «coordinación política»). Tampoco es una
proposición lábil que relativice el valor moral y teológico del penitente, i.e.
de quien efectivamente se arrepiente por obrar con malevolencia. No trata
incluso acerca de un feminismo históricamente comprimido a infantilismo
discursivo, o a infantilismo de izquierda, acaso vuelto disruptivo: el recolado
idiomático que algún propagandismo idealista opera con artilugios designativos
tales como «las/los»,
«l@s», «lxs», etc., parecería prescindir, en su argot, de formas económicamente
institucionales que permiten e.g. la expresión de designativos neutros, o de
usos acusativos, o de nombres epicenos, etc., entre otras formas gramáticas desarrolladas
posibles de apreciar (la onomasiología que resultara aplicada, además, nunca se
subsumiría al sólo pregón de una tenacidad discursiva dada entre intelectuales
selectos o selectas). Es, sí, este rasguño analítico, un
discurrir pedagógico que
trata acerca de la conveniencia sintáctica del estar-y-ser en la civilización (donde efectivamente existen instituciones entre
sí tensionadas), incluso en cuanto es referido a un estar-y-ser que no remite
por reducción al canon heterosexualista y procreacionista —aunque históricamente
radica en su relación de tipos y desplazamientos—.
§4. Hay
mujeres teólogas que incluso se han abocado al análisis del canon de los libros
de la Sagrada Escritura. Y su exegética refuta las exactitudes sempiternas de
un misticismo preclaramente misógino.
En el relato genesíaco lo último en
existir lo fue la mujer: la Eva del mundo, su mancomunidad, es quien corona
la complejidad del cosmos. Luego de su símbolo, nada más hubo que fuera capaz —o
más capaz, si se atiende una teoría de la
persona— de radicalizar tanto, y tanto, una existencia noética. De las
analectas marianas, destaca un lema que resuelve a Dios anonadado en la Mujer Invocada
para volverse epifanía: Maria, Domus Dei et
Porta cœli. Hay casos en los que admirar lo más complejo del mundo resulta —por
qué no— en una compenetración plena (claro que no sólo se discute en un nivel
noético, también hay inquietud y discernimiento acerca de las cosas del mundo
en lo relativo a otros niveles como el pneumático, el psíquico, o el
hílico-sárquico). Implica incluso el sacrificio del decidir estar-y-ser mujer —y
por anamorfosis— en un mundo en el que se es y se está viva, luego de nacido y
conocido como varón. No se trata de una profanación
del cuerpo, más propiamente del dialelo corpóreo-viviente que sí se es, y objetivamente
tal como se existe, sino de resolver una personalidad condigna a un mundo moral
que se especifica terciogenéricamente, no idealmente ni espectralmente, sino, a
su vez, mediante una coordinación política con su mundo ético (§1.).
¿Podría haber, no obstante, algún acto más «imperdonable» que el de la
renuncia a ser varón? Esta cuestión dudosa consignada, verdaderamente utópica
(envuelta propiamente en un cuerpo administrativo nematológico), es incluso
superada en su irracionalidad mediante otra falacia: la de conjeturar que la
mujer, en lo relativo a su personalidad, no tiene alternativa moral de ser
varón. En el mundo (discursivo-social) de la misoginia,
claro, resultaría verdaderamente imperdo-nable que una nacida mujer pretendiese
presentarse como persona que está-y-es varón, aunque la historia demuestra que
es una forma institucional aplicada como solución política efectiva de las
relaciones asimétricas.
§5.
El mundo transexual, la mujer que se resuelve varón, el varón que se resuelve
mujer, o incluso la propia composición de la persona intersexual, y, sin que su
mundo se resuelva acaso en la mera clasificación, se enfrenta a sesgos de erotofobia, relativa
a una vanidad varonil que es envuelta normativamente en el pundonor argumentativo.
La transexualidad se hilvana asimismo con un problema político que trata acerca de la vida orgánica gestionada por el ser humano; y refiere a una versión bioética que minusvalora a aquella personalidad dada en el desarraigo o
desnaturalizada del arquetipo varonil (angularmente relativa a su vez al
problema de una teología afianzada en el cristomorfismo
del varón
que resultó justamente refutada y discutida en el Uruguay por L. PÉREZ
AGUIRRE en
sus ensayos informales). Valga reiterar por transcripción alguna tratativa
ensayada, en una anterior tesis, acerca del activismo
gai uruguayo y que es relativa a estas mismas cuestiones: la multiplicidad
de soluciones sexuales desborda la sola conformidad del heterosexualismo; los
términos de una relación no convergen en el binarismo de lo sexuado. Esto
claramente se constata en los casos de feminidad masculina, o de masculinidad
femenina,
entre otras expresiones de vínculo posibles de identificar y definir, siendo a
su vez que tales formas no refluyen —de manera fija o predeterminada— a partir
de una orientación sexual en sí. Estas
formas de los términos, si se emparentan antecedencias, hasta pueden resolverse
como moral manifiesta, en las propias condiciones del matrimonio que superficialmente
contrarrestan: uno de los casos destacables lo es el de la «mujer varonil» o mujer de valor, como una idea de
personalidad ensayada por el fray Luis de LEÓN
(teólogo y poeta salamantino que la Inquisición de Valladolid encarceló en el
año de 1572 por haber traducido el Cantar
de los Cantares a lengua española, labor que realizara a solicitud de la
monja Isabel OSORIO),
otro caso relativo a la actitud de la mujer, a su vez, lo es el propuesto anteriormente
por san Jerónimo
(año de 347 a 419), al suponerse la posibilidad de convertirse una hembra en
«varón» —sólo luego
de procrear a sus hijos—
mediante la abstención sexual. No obstante, si de antecedencias se trata, el
Sínodo de Gangra (del año de 325 a 381), capaz de prevalecer con sus anatemas
en el Corpus Iuris Canonici hasta el
año de 1917, condenó a las mujeres de la secta de Eustatio (siglo IV) porque vestían
como varones y motilaban sus cabellos para simbolizar la independencia que
conquistaban en el vivir, respecto de
sus maridos.
§6.
Esta observancia se expresa justamente para evitar un reduccionismo obtuso
(donde no habría parvedad de materia en lo sexual, como si acaso fuesen lo
mismo «el asesinato»
que «la lujuria»),
y se especifica a su vez para deshilvanar cierto medioevalismo moral —y no por lo relativo
a su patrimonio histórico-institucional, innegable en cuanto concierne aquella
escolástica a la propia componenda atributiva de las transacciones a las que
incluso remite la sexualidad, sino, en lo referido propiamente al fijismo de su
razón natural y el fomes pecatti y
reato de culpa al que se ciñen, así, y por conmixtión, indistintamente, las
vivencias de los deleites del mundo—. Esto se formula
para efectivamente resolver la consideración de una didascálica de la
sexualidad que no se confunda en una fenomenología del objeto aprehendido, como
si el carácter del objeto se resolviese acaso en sí mismo (a la manera de una
incursión eidética). Tampoco hay que confirmarlo en un discurso mítico, animándolo (o retrotrayéndose al
hilozoísmo). Si el «análisis entre sexualidades» se envasa en capacidades puritanas se vuelve totemismo; y no se
resuelve finalmente una necesaria definición teórica de la persona. Porque se
pretende ser-pura-idea y a lo sumo, claro, se innova, aunque para reducirse el
propio entorno a meras suposiciones
sexuales
(a semiosis que se instituye finalmente como perversión hermenéutica) y se desatiende,
así, el mundo del estar y ser que es especialmente relativo —y de manera codeterminada—
a ese otro que no yo.
§7.
La revisión incluso lisológica de la problemática transexual requiere de
coordenadas geopolíticas lati-noamericanas para su análisis, dada la
preocupación internacional que provocaría, al
menos si trata acerca del caso Uruguay (relativo aproximadamente a unas
novecientas treinta y tres personas), y, en tanto refiera a un escopo institucional
de emancipación (de densificación doctrinal). Valga conjugar esta premisa con
el propio criterio de relación que formulara una docente argentina transexual
que se presenta como Susy Shock a
partir del mundo actoral en el que se ejerce: «¿Desde dónde nos pensamos? Y
desde lo político, existe un pensamiento [sic.] trava que es de este Sur. (...)
Más allá de todos los derechos adquiridos seguimos siendo [en el Río de la
Plata] una población vulnerable, que vive en extrema pobreza, con todas las
estigmatizaciones, seguimos muriendo paradas en la calle, nos matan por travas [(sic.)]».
Es un requerimiento pedagógico por tanto que la «razón semiótica», en relación
a un saber-hacer material y formal de lo sexual, se resuelva institucionalmente
por prevalencia arqueológica (la relación racionalizada con la cosa, como
propiedad de la razón, no trata acerca de un mero símil de la cosa relatada sino objeto basal a partir del que se comprende
una narratología de definiciones expresivas). Por
esto, la |ortopedia|
(imbricada, en los «inicios» mismos de su arqueología necesaria, en la propia
historiografía que objetiva su relación de partes), en general, o en lo
particular de aquella sexualidad que sea relativa e.g. al ejercicio transexual,
remite tanto a las partes materiales ortopédicas —o de conexión de tecnologías—
como a la cuestión transaccional de partes formales asociadas al artilugio de
la forma —o de conexión de cadencias—. No es igualmente el mundo de lo ortopédico una mera operación estética (o para el caso,
de una sexualización estética); es,
sobre todo, una expresión de supervivencia que se conforma limitada, porque
trata acerca del sujeto-lógico que ante problemas se organiza socialmente
(relaciona cosas, interpreta vivencias, objetiva definiciones), y progresa como
parte misma de realidades mundanas.
§8.
El análisis de la transexualidad como problema sintáctico —para
la civilización, asociada necesariamente al
atributo alotético de los actos— se imbrica con la relación antrópica
que lo humano mantiene con las cosas del mundo. La supervivencia de lo
humano-político es intrínsecamente posible de resolver en tanto se comprenda
como objeto de civilización (aunque la más de las veces, o la politología de la
opinión, meramente demoscópica, o la pedagogía positivista y lexicográfica,
reducen este asunto a un problema de ciudadanía o
se aplican a algún otro término sincategoremático). La civilización de lo
humano-político —en
lo complejo de su historicidad— trata acerca de asociaciones
ortopédicas. El proceso de transformación de las especies Homo a mundo-«máquina» —o más precisamente, como derivaciones
homínidas, para la conformación de su máquina
racional— se registra estimativamente como dado
hace veinte mil años atrás ante la invención de la cifra con los primeros
huesos hechos instrumento y, posteriormente, hace diez mil años con la
resolución de una teletécnica fundamental como lo es la escritura cuneiforme
(aunque la invención del «lápiz», como herramienta estética, o incluso de la
«diadema» sin ornamento para el acto de acicalarse, resultan a su vez de una
datación anterior, de hace cincuenta mil años,
o ciertas herramientas multifuncionales para
procesamiento de pieles, de hace sesenta mil años, etc.). Valga conjeturar por
tanto que no se logra estar-y-ser civilizado sin una dominancia de ortopedias
(no por la mera manipulación de herramientas, algo que incluso un sujeto
operatorio en su raciomorfismo podría hacer inferiormente a partir del
ecofacto, sino porque constituiría al sujeto lógico como herramienta de sí
mismo; es transformado y potenciado el dominio de sus actos como e.g. ocurrió con
la oralidad por intervención de la escritura). Y si fuese acaso posible con
esto alguna licencia poética, podría afirmarse que un esqueleto civilizatorio
resulta en ortopedia pura —y la
principalísima ortopedia reconocida, aquella que es expresada universalmente,
en su traducción a trama de realidades materiales, como mundo de cosas, lo es, claro,
«la lucha de clases»—.
§9.
La propia antropología institucional (siendo unos de sus últimos objetos
históricos en el plano de las relaciones esponsalicias
el matrimonio igualitario) es
fundamento de la existencia ortopédica del sujeto-de-civilización. Y claro que
sí, la naturaleza —objetivada como relación dialéctica y resultante
a su vez de una Physis clásica,
aunque luego tergiversada por el pensamiento medioeval latinista— se degenera.
Civilizarse, i.e. verdaderamente supervivir a partir de una materialidad
terciogenérica, es dejar de ser de esa
naturaleza (la revolución neolítica
trataría acerca de una paleoeconomía de lo humano que justamente se desplaza
del mero depredador hacia las condiciones de la producción y el inicio mismo,
acaso, de la expansión marítima y
su tecnología náutica). Incluso el ecologista obtuso no-es de su imaginaria
naturaleza (lo mismo corresponde respecto de su otra derivación irracional, el
animalista, etc.). Tanto el zoon
politikon aristotélico (el animal que vive en ciudades) como el zoon koinonikon estoico (el surgido de
la confluencia de los hombres) no son de una
naturaleza sino de relaciones políticas que resuelven una sintáctica de
intereses. Y la mentada transexualidad es un problema transaccional dado en
este plano de tensión de instituciones, siendo que se la puede discutir
circularmente (i.e. en lo relativo a la condición de existencia del sujeto que
se compromete a saber de sí mismo), aunque mediante una necesaria coordinación
política, puesto que remite su composición, no a un ensimismamiento, sino, a una
relación de múltiples objetos de sindéresis (éticos, si se corresponden
distributivamente; o incluso morales, si son atributivos, puesto que la persona,
aunque sea su microcosmos una mónada relativa a sí misma, requiere a su vez y de
manera no-alternativa de múltiples mundos).
§10.
En el campo de la bioética, siendo que su cierre no logra resolverse metodológicamente (en cuanto a consideraciones anantrópicas que orientan la más de las veces su acervo doctrinal), se ha solido asumir la cuestión del |cuerpo| de manera genesíaca, propiamente[43], para reducirse absolutamente a la aceptación de la naturaleza. Esto, además, se refractó coherentemente en la sintáctica transaccional del discurso reaccionario que discutió los derechos civiles de la República, en el caso Uruguay, a partir de una moralina presentada como supuesto prurito moral.[44] A su vez, aunque el discurso cardenalicio, en este asunto de legislación nacional acerca del derecho de la persona transexual, en una posición políticamente paulina, se separó del movimiento evangélico reaccionario que promovió abrogar la ley n.0 19 684,
igualmente prosiguió alineado al problema moral general, puesto que hay una
pastoral católica que finalmente comprende como a un oxímoron doctrinario toda
formulación relativa al reconocimiento antropológico de la persona-transexual:
«“No se puede violar la integridad física de una persona para el tratamiento de un mal de origen psíquico o espiritual. En estas circunstancias no se presentan órganos enfermos o funcionando mal; así que su manipulación medicoquirúrgica es una alteración arbitraria de la integridad física de la persona. No es lícito sacrificar al todo, mutilándola, modificándola o extirpándola, una parte que no se relaciona patológicamente con el todo. Es por esto que no se puede correctamente asumir el principio de totalidad como criterio de legitimación de la esterilización antiprocreativa, del aborto terapéutico y de la medicina y cirugía transexual. Diverso es el caso de sufrimientos psíquicos y malestar espiritual de base orgánica, originados por un defecto o por una enfermedad física, sobre el cual, en cambio, es legítimo intervenir terapéuticamente” (Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios, Carta de los agentes sanitarios, Ciudad del Vaticano 1995, n. º 66, nota 128)». [45]
No se trata de comprender el problema de la personalidad en las condiciones de la sola ablación médica, de la mutilación, o de un tribalismo sacrificial. La personalidad civilizada trata acerca de realidades construidas ortopédicamente, no sólo a partir de una base orgánica sino, y sobre todo, mediante una conformación política de su estilo. Y esto, a su vez, debe discutirse sin reducir la cuestión ortopédica de lo civilizado a mero artilugio tribal o una operatoria médica quirúrgico-estética resuelta, acaso, sólo como moda capitalista. ¿Qué debería decidirse, así, ante un problema de labioplastia reductora, o de restitución de turgencia de los labios mayores, o del conducto vaginal estrechado? ¿Y qué hacer a su vez, pues, en lo referido al grosor o tamaño del pene? Etc. Y ante esto, en general, ¿hay algo más que hacer doctrinalmente en lo relativo a la autonomía de la voluntad? ¿Acaso no es necesario deslindar —e.g., en lo relativo al derecho civil— la medicina curativa de la medicina voluntaria, revisándose asimismo la pertinencia social de ambos estadios de clínica?[46]
§11. El problema político de esta arqueología sexual[47] no se reduce a operaciones de mutilación o laceraciones, modificaciones, o extirpaciones relativas a la cirugía transexual. Y, además, el problema de la integridad física de la persona —y las expresiones de su integridad moral así como su psicología transexual— no se debe reducir a las condiciones medicoquirúrgicas de un campo de personalidad. La transexualidad no se reduce a una nosografía psiquiátrica que comprende su operatoria en la «disforia de género» (donde el problema se asocia más a la fobia del sitio asignado[48] al proceso vincular, antes que a la sola realización actitudinal y latitudinal del sujeto de decisiones). Esta observancia, claro, no desestima la identificación de un «síndrome transexual» o de un estado transexual, de un
síndrome de disforia sexual (como el reconocido como Síndrome de Harry
Benjamin), o de aquella evaluación endocrinológica que competa para la
anamnesis de un caso, o de revisión de antecedencias patológicos, de hábitos
psicobiológicos y toxicológicos, de exámenes paraclínicos, etc.
No se trata de prescindir de la medicina como cierre categorial, ni de los
conceptos médicos. Por otra parte, aquella teología que configura la transexualidad en las condiciones de la moral sexual debe complicar la díada del dominio de la sindéresis en que envuelve sus abducciones, puesto que tanto la TEO-logía como la teo-LOGÍA, incluso, han sido recluidas en planos administrativos patéticamente funcionales al mundo de las conflagraciones y a su aberrante manipulación de poblaciones en situación de crisis social.[50] Decidir estar-y-ser, estando vivo hasta que dejo de estarlo, no remite al estar y ser en la naturaleza sino a construcciones histórico-institucionales de desbordamiento material y formal (claro que en condiciones ortopédicas), y, de cada relación de lo verdadero con las realidades de un estado del mundo. Este reconocimiento del «mundo transexual» como estado del mundo transexual, a su vez, se implicaría en el problema teorético y metodológico de la definición de su historia y de aquella definición de la historiografía con que se relata su relación de intereses. La historia del estilo (en un plano de anamorfosis) se complica metodológicamente ante la historiografía del estilo (en un plano de reducción). Hay toda una historia del daño y de la perversidad e.g. que es reducida injustamente a operatoria sensacionalista, o, incluso, a un plano formalmente vil o amarillista. ¿Para qué menospreciar (moralmente) la vida transexual, en sí, asumiéndola sólo como si tratara acerca de un objeto de sordidez, a partir de un mundo de moda podrida? ¿Por qué así, solamente? Esto mismo es identificado por D. MARTÍNEZ, de la Unión Trans del Uruguay: «La gente se piensa que nosotras caemos en la prostitución porque queremos o porque vivimos deseosas de tener sexo. Se piensa que las personas trans prácticamente salimos de una película porno, pero la realidad es muy lejana».[51] Esta tipificación se confirma incluso en la propia historia de una educación sexual permanentemente renegada por el pensamiento conservador, durante casi una centuria en la República Oriental del Uruguay; hay una discriminación injusta padecida por la persona travesti o transexual, y, no sólo en el vasto mundo transaccional, sino, morfológicamente, a su vez, como sujeto educando.[52] Hay un vicio de prejuzgamiento, se supone absurdamente que una mera condición posible de su forma sea, acaso, a la manera taxonómica, el criterio de relación con que se resuelve una identificación.
§12. No trata la discusión de
existencia de la personalidad transexual, en tanto escopo antropológico radial, y sobre todo como objeto institucional, de una mera reducción superlativa a personaje transformista o a mero objeto de extravagancia (menoscabándose, incluso, un necesario marco
de derecho a la integridad personal, donde la cirugía transexual, lo
farmacológico y lo quirúrgico, debe hallarse mediada sólo y específicamente por
consentimiento válido).
No se trata de un mero deseo de no ser varón, o de no ser mujer. O de serlo (respecto
de un sexo específico genético,
gonadal, genital y fenotípico con que se nace, no siendo coincidente con el sexo cerebral). Su complejidad es ya
harto reconocida en distintos planos, como el relativo a los derechos de
tercera generación, o el de la nosografía psiquiátrica que revisara su disforia
(vid. DSM V), o el de una moral
sexual reflexionada teológicamente en sus relaciones de sentido. Su problemática
pedagógica, cartográficamente no se corresponde con una «reducción», puesto que la
problemática de revisión de la persona, de cada totalidad holótica, es propia
de una anamorfosis. Es absurdo que por aserción el naturalismo asuma la
comprensión de todo acto histórico-institucional que es —en su valor, además—
relativo a alguna interpretación de las identificaciones relacionales del hecho
social (la propia economía de la valoración, mediante sus vías política y
negativa, permitirá e.g. advertir que acerca de la Esclavitud, o de otras
cuestiones, la interpretación histórica del esclavócrata y su historiografía,
relativas a un plano β-operatorio, no coincidirán con la del propio sujeto de
emancipación puesto que para librarse de esa explotación opera políticamente
como su contradictorio). Es concomitante al problema de la institucionalización
de la persona no sólo la escolarización de quien se resuelve como transexual,
sino, a su vez, de quien se realiza —y con derecho objetivo, al menos para
la República Oriental del Uruguay— en el travestismo (asunto que no debe
reducirse a una teatrología del transformismo, ni a una bacanal del disfraz, o
a una lúdicra del mero reconocimiento cognitivo).
La persona travesti no es que no exista en los institutos educativos; no se
resuelve en una cartografía pedagógica con categorías necesarias que acaso
comprenda su radialidad vincular. Y es que metodológicamente hay que resolver
la categorización, para que el sujeto de derechos no quede meramente
estupefacto ante la sola condición superlativa de su ética, de una ética
posible aunque insuficiente (objeto propio, en todo caso, del particularismo
filosófico), para que efectivamente se construya universalmente, y, no
reduciéndose su identificación a relato seudoetnográfico (donde la experiencia
no es categórica, puesto que sólo es experiencia-personal o referencialmente
autobiográfica).
Y es que la pedagogía de la personalidad no debe comprender la transexualidad
como a una mera Hetería apropiada por un mundo vincular. Esta falencia
pedagógica no sólo es dada en el plano educativo, sino a su vez en otros que
también intervienen el estadio prelógico del ser humano como lo es el
pediátrico. En la situación pública, siendo, esto, un sesgo de banalidad
temeraria, se reduce la problemática semiótica de la semejanza de los actos en la
niñez a una cuestión de personificaciones (incluso inmerso en el relato imaginario,
objetivamente el párvulo está-y-es, y por sus realidades, reconociéndose).
§13.
Y en esta insistente complicación de linde metodológico y categorial —donde los
flujos económicos de la física social resultan persistentemente sutiles al
exponerse, claro— hay que discutir el proceso de «estilo»
del sujeto de decisiones también como un problema moral de confrontación de
clases y de apropiación de clase (al menos en lo relativo al estilo político,
para resolver, sobre todo, cómo identificarse mediante la condición radial de
transacciones dadas como mundo de ortopedias). No es que acaso el estilo de
sí-mismo pudiese resolverse sólo en la mónada propia del acto ético. El sujeto
de decisiones para defenderse (para
verdaderamente ejercerse en la retórica política), incluso en un plano de
realización estética, intervenido por lo tecnológico y lo nosológico, y de
valores estéticos, debe resolverse y explicitarse (aunque parecería, y es,
harto trivial observarlo) en un dominio transaccional de actos codeterminados.
Es posible advertirlo, aparte, en casos teatrológicos relativos al «transformismo»
o al «travestismo» (no para discutirlo estrictamente a partir del plano de la personalidad,
sino en el del sujeto-actante
que tratara acerca de un personaje necesariamente definido en la
interpretación): el de la mama vieja (encarnada por varones, entre las
décadas de 1900 a 1930) durante la llamada
colonial de negros, dedicada a san Baltasar, en el Sur o Palermo de
Montevideo, o el de la modelo drag
del voguing en el Harlem de New York (de la década
de 1960), etc., donde se parodian en general los ademanes y amaneramientos
relativos, entre tantos otros múltiples escopos de caracterización, a la
feminidad blanca pudiente y al señor burgués —y siendo que esa mujer blanca y su señor burgués resultan defendidos a partir de su propia hegemonía,
e.g. mediante la institucionalidad de una «moda» que omite, o exorna aunque con
eufemismos, una y otra vez, en la explicitud de su diseño, incluso
mecánicamente, las causas del explotado—. Incluso respecto del propio «mundo de
las formas», parecería no apreciarse que a esta arqueología (de lo ortopédico)
se le instituye una función y un ordenamiento con que se define el sentido de
su campo de expresión —siendo que podría absorber como ítem, esto mismo, en su
generalidad, al propio problema de estilo—. Los casos de la exposición SAT
de Montevideo, o de la fundación de una historieta manga de relato transexual habida
en Montevideo, etc., aluden a un campo de expresión, (o campo de valores),
donde aquellas relaciones que funcionan como propaganda de atracción no eluden la necesaria coordinación
política que requiere la defensa de aquellas «identificaciones civiles» que
habilitaran a una doctrina positiva del estar-vivo que también sea-y-signifique una vida moral y una moral
sexual que no me sean ajenas.
§14.
La transexualidad —especialmente, su identificación moral— se asume
verdaderamente como problema político sobre todo a instancias de una virilidad
que es apropiada por todo aquel sujeto de decisiones que el heterosexualismo no
asume como varón, siendo así otra-virilidad; y desplaza toda otra alternativa
posible de reconocimiento de una personalidad a un plano bioético de la degeneración
(alguna similitud hay en esto a cómo operaba la nosografía psiquiátrica de
siglo XIX). Fija en la naturaleza toda condición institucional para la
definición de la personalidad sana, como si acaso el heterosexualismo pudiese
comprenderse a la manera de un decreto foral; y sin embargo se mueve ese mundo transaccional que condiciona y
codetermina eso que es el arte de reconocerse a sí mismo —un acto propiamente nimio,
aunque no trivial, para la sociedad política, y que no es, además, condición
suficiente para resolver la enajenación de sí mismo—. Además, a pesar de las
abjuraciones sexuales, otra vez, la historiografía —y no sólo a partir del
relato etnográfico, aunque su discusión se nutre de la multiplicidad empírica—
muestra la existencia de nobles varones nacidos mujer (incluso referida a casos
que no finalizan su travestismo en el transexualismo, o que no finalizan su
transexualismo en un plano ajeno a la «relación heterosexual», o que no
circunscriben su personalidad sexual a la alternativa de emparentarse si acaso
su propósito remitiese al celibato, etc.). Y es que la raíz institucional del
tema Transexualismo radica, al menos su identificación ortopédica, en el
vientre de un problema que hace crujir las relaciones económicas: la mujer,
como «mundo político», se potencia. Adquiere esta radicación múltiples formas,
tanto si refiere a la persona varón-reconocida-mujer como si trata de la
persona mujer-reconocida-varón, o de varones o mujeres que por obra del estilo interpelan un arquetipo
natural de virilidad o a aquella feminidad que le sea meramente funcional.
Nada de lo afirmado es nuevo, ni aun es
original. Es de siglos anteriores que proviene la cuestión de hacerse la mujer
de una personalidad varonil, (es un problema transaccional incluso anterior a
la época moderna). Y ha resultado en un objeto moral de emulación hasta para
personas nacidas varón, como e.g. se expresa en aquella geografía humana que es
relativa a casos de personas nacidas mujer y reconocidas varones en la
tradición afgana
o también en la albana. Igualmente,
a pesar de estas antecedencias de estilo, verdaderamente estructurales, y no
leves o meramente degeneradas, se insiste en renegar del transexualismo en lo
relativo a un valor institucional que acreciente la potencia pública de la
mujer y de su mundo político. Ninguna emancipación —contraria al feudalismo, a
instituciones esclavócratas, al taylorismo, al fordismo, al burocratismo, al
neoliberalismo, finalmente al imperialismo— resultará socialmente pertinente,
incluso en un campo de revolución económica, si no se descubre su definición
teórica como verdadero contradictorio histórico de ese ser de pacotilla intertextual que es aquel prototipo de moral natural que se
sustenta del mito de la virilidad. A partir de la época moderna, hay una
afirmación económica que se ha vuelto cada vez más explícita: la transformación
de la mujer como sujeto de derechos es fundamento de toda verdadera nueva
república. Un mundo civilizado donde la mujer como forma política de no-servidumbre
no se halle oprimida es, definitivamente, un mundo incontrolable para el
criterio reaccionario y su supremacía racial. Esto subyace en aquella moralina
que se irrita ante la mujer que discrimina la necesaria moral de un fijismo que
le es innecesario como eslabón a sus problemas, en relación a estados del mundo
que los manifiesta; es una mujer política que no se doblega a una mera actitud
receptiva. Irrita que la mujer sea
verdaderamente varón. Y también irrita que la realidad del varón devenga
intersecada por una sociedad política de mujeres en emancipación, sobre todo, si
es a partir de una posición económica de
clase explotada. Irrita el reco-nocimiento moral de saberse que es trivial
toda diferencia confirmada en el sólo ciclo de la naturaleza, aunque,
acerca de esa soberanía de la personalidad, la reflexión teológico-pastoral,
orientada por el Vaticano, indicará que remite
a una época de pecado contra Dios. Negar el valor institucional del transexualismo conlleva el
problema de la desubicación moral de la propia multiplicidad de la mujer como
mundo político. Es como lo formulara un
antiquísimo adagio chino: las
mujeres sostienen la mitad del cielo. O acaso un poco más de la mitad, si
se piensa bien —en vez de mal—.
FUENTE
TALENS,
J. A.-GARCÍA MULET,
Ó. en AZNAR, J. (coord.);
TRANSEXUALIDAD. VALORACIÓN PLURIDISCIPLINAR DEL FENÓMENO Y SU REGULACIÓN LEGAL;
Observatorio de Bioética, Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir;
España, 2017: «Reflexiones teológico-pastorales a propósito de las leyes de
género. La Iglesia acompaña hoy a sus hijos más queridos en la maduración de la
masculinidad y la feminidad»
BIBLIOGRAFÍA
ESPECÍFICA
LÓPEZ, F. – FUERTES, A.; Para entender a
sexualidade; Ediçoes Loyola; São Paulo, 1992: «Atitude liberal aberta»
BIBLIOGRAFÍA
GENERAL
ARBESÚ GONZÁLEZ, Vanesa; La responsabilidad civil en el ámbito de la cirugía estética;
Dykinson SL; Madrid, 2016
HEMEROGRAFÍA
BARRIOS,
M. C.-HUNG, S.-SILVESTRE,
R.-RAMÍREZ, M.-ZERPA,
Y.; «TRANSEXUALIDAD Y SÍNDROME DE KLINEFELTER. ¿CARIOTIPO, IMPRESCINDIBLE EN EL
PROTOCOLO DE REASIGNACIÓN DE SEXO? A PROPÓSITO DE UN CASO»; Revista Venezolana
de Endocrinología y Metabolismo; Volumen 15, Número 1; Venezuela, febrero de
2017
Cfr. ARBESÚ GONZÁLEZ, Vanesa; La responsabilidad civil en el ámbito de la
cirugía estética; Dykinson SL; Madrid, 2016 (pág. 54).
Cfr. BARRIOS,
M. C.-HUNG, S.-SILVESTRE,
R.-RAMÍREZ, M.-ZERPA,
Y.; «TRANSEXUALIDAD Y SÍNDROME DE KLINEFELTER. ¿CARIOTIPO, IMPRESCINDIBLE EN EL
PROTOCOLO DE REASIGNACIÓN DE SEXO? A PROPÓSITO DE UN CASO»; Revista Venezolana
de Endocrinología y Metabolismo; Volumen 15, Número 1; Venezuela, febrero de
2017 (pág. 61 y ss.).
Cfr. «Reflexiones
teológico-pastorales a propósito de las leyes de género. La Iglesia acompaña
hoy a sus hijos más queridos en la maduración de la masculinidad y la feminidad»
de TALENS, J. A.-GARCÍA
MULET,
Ó. en AZNAR, J. (coord.);
TRANSEXUALIDAD. VALORACIÓN PLURIDISCIPLINAR DEL FENÓMENO Y SU REGULACIÓN LEGAL;
Observatorio de Bioética, Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir;
España, 2017 (pág. 271).