El Memorial, sin embargo, no posee una monumentalidad aislada o un sitio escultórico per sé, puesto que lo total de su estructura es monumento escultórico. Aunque también es necesario especificar que no es solo escultura o exterioridad, puesto que como poliedro su construcción define la oportunidad del recorrido interior y de sus aledaños (hay entradas o descensos, escalinatas, pontones, rampas, ascensos, etc.). En su “interior” a su vez no hay una pieza que se distingue por sí misma, tal como podría ocurrir en un mausoleo que prepondera la personalidad o en un museo que apropia lo patrimonial (objeto y finalidad, en efecto, se implican en las progresiones o acciones del reconocimiento del sitio en que efectivamente se hallara eso real). No hay un elemento-objeto que por sí mismo se resuelva como acaecimiento, salvo lo estructural en sí mismo: el muro, o, superficialmente, a la manera de las fragancias, las propias multiplicaciones de sus paramentos.
5. Ante esa problemática de la delimitación brumosa del objeto, i.e. de la oportuna inexactitud de su reconocimiento, la tarea descriptiva o incluso las correspondencias simplistas que se hiciesen de la materia en su diversidad de formas podría resultar frustrante: a uno de los lados de la | cosa-pétrea | (un muro de piedra granítica discontinuado, o una tétrada de muros, con pasajes aledaños, así como estelas con inscripciones de recordación, etc.), en la que hay agregada una | cosa-ortotrópica | (un par de pontones), hay una | cosa-desértica | (pedruscos y rocas, principalmente) que colinda por un lado con la | cosa-vegetal | (gramilla y ombúes, predominantemente) -en la que se comprende a su vez la | cosa-metálica | (rieles)- y por su otro lado la | cosa-acuática | (una cuenca), etc.
A esas aglomeraciones, asimismo, se le podrían agregar toda otra serie de memes tecnológicos, atendiendo cuestiones geográficas, composiciones atómicas, o distintas series de artificios operatorios, etc., para pretender la ilusión lisológica de una equidistancia, aunque sin lograrse una idea de “selección” y “confirmación” morfológica del objeto de estudio. Entre la “credibilidad” del relato y la “veracidad” de las antecedencias (entre memoria e historia), a su vez, se hallaría la museografía, la archivística, la psicología, la etnografía, la lingüística, etc., i.e. un conglomerado extenso de construcciones positivas y disposiciones especulativas no resueltas disyuntivamente en un corpus metodológico, inconexas durante el siglo XX como ciencias humanas.
Y, asimismo, en medio de las divergencias, también se constituye la oportunidad lingüístico-cognitiva de conmutar la materialidad del hallazgo en resoluciones paradigmáticas. Éstas, en efecto, se concatenarían, a su vez, sintagmáticamente, según el propio talento del que visibiliza para resolver fórmulas especulativas, acerca de sus intercambios y situaciones, hallándose espacio-temporalmente compuestas de sentido. Su secuencia paradigmática -esa instancia trivial e iniciática- estaría ya dada a partir de lo superlativo de quien practica una aproximación hacia el lugar, en la descriptación que implica vencer una incógnita, en la propia aparición de la palabra.
Acercase al Memorial, aunque no se proceda según el propósito de Heródoto de registrar e historiar, simplemente por circundarlo, implica, ya solo por esa acción, ejercer un desplazamiento a partir del que la “sensación estética” le es ínsita: porque, esto -que existe en un aquí propio- se halla aquí en este momento (en este ahora que vivo). Ese sintagma (anterior a éste mismo), una vez resueltos sus diversos adverbios y contestadas sus asociaciones, trata acerca de un obrar intelectual que se involucra problemáticamente con la microfísica de pensar dónde se halla y qué habita el sujeto de miradas (reconociendo su oikouméne, i.e. mientras va designando lo más conocido).En fin, las maneras del decir del narrador que es un tránsito dimanan del relacionamiento que como sujeto de inteligencia confirma con otros (mediante cierto desleimiento ergotrópico inclusive), condicionándose, así, en grado determinado, sus accesos al objeto.
En términos pronominales, la sola práctica de hallarse en el lugar no necesariamente implicará descubrirlo: esta condición es, sin embargo, fundadora de un proceso de auto-reconocimiento (¿cómo conocerse a sí mismo el sujeto de inteligencia, cómo saber quién es, si ignora la validez del lugar que vivencia?). Si ese tránsito se resuelve a partir de una aversión a saberse, esa ingratitud con el suelo, o esa falta de correspondencia con la urdimbre de su construcción, esa no inquietud por las consecuencias de lo “aparecido” ante sus ojos, o la subestimación de sus fundamentos arcanos, podría convertirse en expulsión o -si se procede por indiferencia- en extinción del trashumante. Así resulta cuando quien mira omite enraizarse (enterrarse) en esa experiencia consistente en asumir el lugar.
6. El interés semiológico acerca del Memorial, por tanto, no se discute a partir de su ornamentado o manifestación figurativa propiamente material sino por lo perlocutivo de su existencia i.e. por el entorno que provoca. La topografía del Memorial -que deviene de “cosas”- confirma alguna poética a partir de la semantización de sus objetos de escultura y del despliegue de su proyección arquitectónica mediante (apropiadas: exactas) aplicaciones tecnológicas. Es así como el reconocimiento del propósito del sitio e incluso su realidad, en tanto “cosa construida”, son convertidos en una representación mediadora o impresión decible que mediante la práctica distintiva y algún ejercicio de memoria -si se considera la trama saussureana de la significación- provoca relato. Y es un relato por tanto que debe ser conocido, tanto por sus fórmulas sintéticas como por su historia analítica (siendo que ese progreso posee, asimismo, cierta correspondencia con las propias problemáticas de concordancia entre lo testimonial y las conclusiones diairológicas de un opus).
Ese significado necesita de asociaciones, en efecto, de una “huella” con la que se resuelva una comprensión más o menos compleja, más o menos exacta. Esa dimensión psíquica de la memoria, por lo menos en la trama de su clásica dilucidación lingüística, requiere asimismo de la especificación de sus formas, en tanto prácticas de reminiscencia: o “literal” o “ejemplar”. Específicamente, sería mediante la forma de la ejemplaridad que se construirían oportunidades pedagógicas (aleccionadoras) para los educandos y, en general, para el sujeto de inteligencia que desea resolver mediante la palabra la incógnita de por qué es que verdaderamente mira.
7. Si bien en términos de imagen la contigüidad de aquello que el Memorial expresa implica poética o sustantividad, su origen o su sustrato lingüístico -que es signo sometido primitivamente al cuerpo- no es otro que el de las onomatopeyas del dolor. Y su rememoración, de alguna manera, es lo que permite una y otra vez modificar o densificar el estatuto de sus propias imágenes. Aunque esto no se resuelva en una conclusión iconográfica, sino en una didáctica de los tipos posibles de reflexión y crítica. El propio Memorial coadyuva en proponer como deber ético la labor de compadecerse (con-padecerse), de alimentar el deseo de destruir los dolores del otro derribando conjuntamente los sellos de su servidumbre. La propia tarea didáctica trata acerca de la emergencia de oportunidades de contrastación, no se relega el drama de vida, se cartografía, se tipifican metodológicamente las fuentes de videncia, en fin, se discute la legitimidad epistémica de la imaginería surgente. No obstante, incluso al analizarse mediante el más rotundo realismo la cuestión del dolor, hay que prevenir contra una metafísica del mal, o una práctica que desvirtúe la comprensión del Holocausto que trata acerca de un hecho eminentemente político en su versión epistémica más concentrada; hay que prevenir de un discurso apofático, de una hermenéutica neognosticista inmersa en las sombras de la Humanidad.
8. Y es que la problemática acerca de la representación, de aquello que se-desea-sea-mirado, i.e. -tal como lo especifica S. WEINGARTEN- de la discusión acerca de cómo es que se visibiliza el horror de lo vivido y su memoria (incluso la verdad histórica que lo comprende), de cómo es que se resuelve una distancia óptima para hacer conocer eso real que de alguna manera resultó “irrepresentable”, implica necesariamente la construcción didáctica postulada acerca del entorno. Es una didaxia de la monumentalización que -exenta de pretensiones escolásticas- requiere de “realismo”, de una experiencia-realidad, y, si se asume lo especificado por WEINGARTEN, ha de lograse mediante una conjunción de lo documentario y lo testimonial (siendo que ese último factor resulta problemático en sí mismo, por la existencia de lo que denomina escotomas de la memoria, aparecidos en los relatos de la primera generación de la Shoá).
9. Esa labor pedagógica de hacer experimentar para saber, permite discutir pues la cuestión del antónimo del “olvido” (siendo que se lo ha asociado o con la “memoria” o con la “justicia”). Si se asume que un rasgo constitutivo de las prácticas dialécticas de la memoria es el de la selección, hay que especificar que tanto el recuerdo como el olvido le son inmanentes. En términos de semiología urbana, la didaxia de la monumentalización que tendría por fin tanto la discusión de lo poético como de lo verdadero -sin una confusión banal o retrógrada de sus respectivos dominios- comprendería, en una cartografía educacional, la inquietud por lograr lo que WEINGARTEN habilita a razonar con su “distancia óptima”: ¿cómo resolver esa desemejanza notable con el hecho político de las masacres perpetradas, de las persecuciones acometidas, de la resistencia heroica de sus víctimas, etc. en un ahora de representación? Y es que mediante antónimos, lo que se pretendería es la comprensión de la Shoá -como ambiente en construcción- a partir de una pedagogía de la “libertad” que discuta incesantemente-sistemáticamente toda política de infra-humanización que el sujeto de inteligencia -un sistema- promueva o padezca.
La “memoria”, por su parte, en términos jurídicos, aunque sin pretender reducir en sus producciones positivas al conglomerado especulativo que la discute, es subyacente a toda labor didáctica en el entendido de que se corresponde con la pertinencia de la prueba y lo probado en sí mismo. La memoria, a su vez, en el plano educativo -i.e. en el de una conformación de los conocimientos y del propio saber como un Derecho formal y material- tampoco trata acerca de un mero esquema conversacional, sino de una práctica dialéctica de argumento y justificación acerca del asunto que discute en términos de polémica.
Y es que el ejercicio de “memoria” -inmerso en una cartografía pedagógica- requiere aunar en su circunstancia formativa voluntad, consentimiento, razonamiento, creación, libertad. Y así las hesitaciones logran su génesis. ¿La memoria para qué?: ¿para convencer acerca de qué? En esa disposición de enseñanzas es fundamental que el monumento, como poema-objeto, no quede reducido a un señalamiento, a la sola práctica gestual, si eso implicara omitir la oportunidad de particularizar su sentido; se asume, pues, como conveniente, la cautela en los desplazamientos didácticos, so pena de minimizar la comprensión del poliedro mediante la sola definición ostensiva (sin que por eso deba negarse lo propio y vital de un contexto deíctico).
Toda asociación posible -según G. FREGE- entre los sentidos oracionales (entendidos como pensamientos) y los significados (siendo valores que designan) solo es dada mediante el lenguaje. Las expresiones alcanzarían así un significado -en tal ontología- por mediación de su sentido. Pero eso no quiere decir que al margen del lenguaje hubiese conexión alguna entre sentidos y significados. Cfr. PEÑA, Lorenzo; El ente y su ser: un estudio lógico-metafísico; Universidad de León - Secretariado de Publicaciones; España, 1985 (pág. 274).
Cfr. MONEGAL, A.; En los límites de la diferencia. Poesía e imagen en las vanguardias hispánicas; Ed. Tecnos; Madrid, 1998 (pág. 44): “En el arte contemporáneo la materia empleada, el significante, adquiere una presencia propia que interfiere o incluso sustituye el proceso de representación”.
No se pretende una amalgama de las distintas prácticas estéticas, i.e. una semiología que a partir de lo urbano resuelva acabadamente las relaciones interartísticas en términos de signos, normas y valores. Valga a manera de caso el “caligrama” para especificar lo irracional de ese propósito: la propia oralidad que lo verbaliza, a su vez, en términos visuales, lo confunde y desvanece. Cfr. MONEGAL, A.; Op. Cit.; Madrid, 1998 (págs. 23, 30, 57 y 75).
Cfr. BARTHES, Roland (trad. ALCALDE, R.); La aventura semiológica; (1º ed.) Paidós Ibérica SA; España, 2009 (pág. 35).
Las cuestiones atinentes con la exterioridad del objeto, deben comprenderse discutiendo sus asociaciones de inmanencia. Si se toma por caso el “color” -objeto de estudio en sí mismo complejo, si se lo discute en condiciones poliédricas- en su reducción etimológica (i.e. en la visión de Occidente) trata, apenas, acerca de aquello que es identificado como material sobre una superficie. Por tanto, lo superficial en una poética poliédrica tratará no acerca de una “cobertura” sino de una desnudez de la superficie que muestra al objeto (en su forma, es un fondo inserto figuralmente).
Cfr. MONEGAL, A.; Op. Cit.; Madrid, 1998 (pág. 29): “El proceso de significación requiere que el elemento presente remita a algo distinto de sí mismo, a la vez que lleva en sí mismo la huella de ese otro elemento pasado y ausente, sin la cual no sería posible la asociación significativa”.
Cfr. BARTHES, Roland (trad. ALCALDE, R.); Op. Cit.; España, 2009 (págs. 337-350).
Cfr. MONEGAL, A.; Op. Cit.; Madrid, 1998 (pág. 178): “Ha comentado Wendy Steiner que un signo no parafraseable es un signo de silencio (1982: 93); es el momento en el que el signo se convierte en cosa. Así, cuando el signo es cosa y la cosa signo, cuando ambos son indiferenciados e intercambiables, el lenguaje deviene presencia de su propia materialidad y la materia nos habla con su silencio”.
En la tesela, el término “signo” es comprendido como adecuación del pensamiento respecto de la práctica de admirar un objeto. Por otra parte, la afirmación “todos los signos” no se formula en términos empíricos sino especulativos. Cfr. BARTHES, Roland (trad. ALCALDE, R.); Op. Cit.; España, 2009 (pág. 36 y ss.).
Cfr. BARTHES, Roland (trad. ALCALDE, R.); Op. Cit.; España, 2009 (pág. 338).
Si bien en el pensamiento barthesiano se discute el “entorno”, en lo atinente al poema-objeto no aparece comprendida, asimismo, la imprescindible cuestión de su “contorno” y su “dintorno”. Cfr. BARTHES, Roland (trad. ALCALDE, R.); Op. Cit.; España, 2009 (pág. 50).
Hay que destacar respecto de la cuestión narratológica -en tanto proceso- la propia función mediadora de la palabra, en asociación con los objetos: si se atiende respectivamente el “referente”, el “significado” y el “significante”, ¿cuál es la relación entre el objeto que es, el objeto que es representado y el objeto que es la representación? Cfr. MONEGAL, A.; Op. Cit.; Madrid, 1998 (pág. 21).
El término realismo, no solo se resuelve como imitación de la realidad, en su versión clásica, sino como dominación, más que del orden de lo existente, del orden de lo posible, de la creación de un mundo verosímil. Cfr. MONEGAL, A.; Op. Cit.; Madrid, 1998 (pág. 19).
El deseo de saber se hallaría en tensión con la propia existencia de lo figural.* Cfr. MONEGAL, A.; Op. Cit.; Madrid, 1998 (pág. 38).
* Y es que ese saber no concluye -a la manera de un oasis- en la brevedad de un recorrido, ni siquiera en las previsiones de una peregrinación, puesto que su verdadero descubrimiento, la disposición de aprender a saber y saberse, implica el éxodo.
Cfr. TODOROV, Tzvetan; Op. Cit.; España, 2000 (pág. 16).
Cfr. TODOROV, Tzvetan; Op. Cit.; España, 2000 (pág. 23).